martes, 10 de noviembre de 2015

Basura espacial en la Tierra

Más de 700.000 objetos de entre uno y 10 cm de diámetro orbitan la Tierra a gran velocidad, un auténtico peligro para naves y satélites

Aunque la basura espacial no representa un peligro para nuestro planeta, sí lo es para aquellos seres humanos que viajan al espacio exterior y para los artefactos y naves que llevamos ahí arriba. A medida que pasa el tiempo, ese riesgo va en aumento de forma exponencial. La basura o chatarra espacial son los desechos de todas las misiones espaciales que han salido de la Tierra hacia otros planetas y también aquellos restos de satélites de experimentos o de explosiones que permanecen en órbita alrededor de la Tierra. La basura espacial contiene de todo:tuercas, tornillos, 70.000 gotas radiactivas procedentes de combustible nuclear de misiones soviéticas, el guante del astronauta Edward White, perdido en 1965, viajando a una velocidad de 28.000 km/h... Si el guante llegara a impactar con la escafandra de un astronauta, la haría polvo. Eso sí que es un verdadero guantazo.
El satélite Vanguard I, lanzado por Estados Unidos en 1958 y operativo hasta 1964 lleva medio siglo sin control y lo convierte en el objeto artificial inactivo más antiguo alrededor de nuestro planeta. Seguirá dando vueltas durante al menos 200 años.
Se han destruido satélites mediante impacto de misiles como ocurrió el 11 de enero de 2007, cuando el ejército de China lanzó uno de ellos al satélite meteorológico Fengyun-1C. Desperdigó por el espacio 150.000 fragmentos de chatarra de más de un centímetro, de los cuales unos 3.000 de ellos tenían más 6 cm. Este suceso es el que más basura espacial ha generado.


Se ha calculado que orbitan nuestro planeta más de 700.000 objetos de entre 1 y 10 cm de diámetro (algunos científicos hablan de muchos millones), que podrían ser de poca importancia debido a su escaso tamaño, pero el problema no es el tamaño si no la velocidad a la que se desplazan y que es de decenas de miles de km/h. La Estación Espacial Internacional (ISS) evoluciona en su órbita a 27.743 km/h. Un pequeño cuerpo de entre 1 y 10 cm, podría ocasionar daños gravísimos a cualquier nave espacial.
Los objetos mayores de 10 cm pueden ser localizados desde la Tierra con radares y telescopios, el resto no y los pequeños, precisamente por no verlos, son los más peligrosos, capaces de destrozar o hacer graves daños a las naves. Tengamos en cuenta que un cuerpo del tamaño de 1 cm (como una canica) a “solo” 10.000 km/h, libera tanta energía en el impacto como una granada de mano.
Más de 20.000 objetos con un tamaño mayor a 10 cm flotan alrededor de la Tierra. La ISS, que es la mayor nave construida por el hombre, tan grande como un campo de fútbol (100 x 100 m), quedaría completamente destruida al toparse con desechos superiores a los 10 cm. La energía que se liberaría sería enorme, y el desastre, total.
Ya de hecho, los astronautas de la Estación Espacial Internacional, se vieron en serios apuros cuando un grupo de desechos pasó a solo 250 m de ellos. Los seis astronautas se tuvieron que refugiar en dos naves rusas Soyuz, acopladas a la Estación, por si era necesaria la evacuación. En 2009 el satélite de telecomunicaciones estadounidense Iridium 33, que estaba activo y a una altura de 776 km, debería haber pasado según los cálculos a 584 metros del satélite militar ruso Kosmos 2251, fuera de servicio desde 1995, pero los cálculos fallaron y los satélites chocaron dejando 2.000 fragmentos en el espacio de más de 10 cm y cientos de miles de restos más pequeños.

La basura espacial cuesta a los operadores europeos unos 200 millones de euros al año, por daños en los satélites o por los desvíos que estas naves deben hacer para no encontrarse con estos escombros. Ello conlleva un gasto de combustible adicional y la vida útil de los mismos disminuye al agotarse antes el combustible y no poder hacer las maniobras correctas para estabilizarse en una determinada órbita.
La preocupación de las agencias espaciales por el aumento de la basura espacial va en aumento. Tengamos en cuenta que al incrementarse ésta, las posibilidades de colisión entre los escombros espaciales también aumenta. Cuando dos objetos, por pequeños se sean, se encuentran a decenas de miles de km/h se produce un efecto multiplicador de ambos cuerpos, esparciendo decenas o cientos de fragmento por el espacio, alcanzando diversas órbitas. Todos estos fragmentos podrían colisionar entre ellos, aumentando el número a miles. Esto es algo que se denomina el síndrome de Kessler.
Un encuentro entre dos grandes satélites o entre un satélite y la estación espacial dejaría tanta “metralla”, que una parte de las órbitas bajas que emplean muchos satélites, quedaría anulada para el ingreso en ellas de nuevos satélites. Sería inviable, por peligroso, utilizar dichas órbitas.

No se conoce en la actualidad ningún método eficaz y económico para poder limpiar la basura espacial. Aquellos desechos que están más bajos de 500 km de altura podrían deshacerse en su entrada a la atmósfera cuando estos rozaran con las capas más altas. Pero una limpieza natural de este tipo de las órbitas contaminadas más bajas podría llevar cientos de años.
Otra posibilidad es detectar la basura con radares y enviar una nave, tipo camión basura, para recogerla, pero el coste sería enorme.
Desde hace unos años a esta fecha, una de las formas de no aumentar la basura espacial es la entrada en la atmósfera de todos los satélites que dejan de ser útiles. Una vez que entra en nuestra atmósfera y a las velocidades que lo hacen,se queman y se destruyen, con lo que ayudan a no contaminar más el espacio exterior.
Se intenta hacer realidad un programa que debería contar con un potente rayo láser, que dirigido hacia un objeto en rumbo de colisión con alguna nave y tras impactar el rayo sobre él, desviarlo de su órbita para pasarlo a otra o expulsarlo de la atracción gravitatoria de la Tierra, para ser lanzado a las profundidades del espacio. Pero todavía se desconoce si el proyecto se puede desarrollar ni cuándo va a ver la luz. La puesta en funcionamiento del mismo viene de la mano de la empresa australiana Electro OpticSystems.

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